La república perdida de las escuchas y el atentado yihadista que nunca fue
Macri supo cifrar su gestión en una dramaturgia mediática y judicial a través del ejercicio continuo del espionaje. La dinámica era de manual: la AFI registraba las comunicaciones telefónicas del sospechoso, la prensa amiga difundía sus palabras y los fiscales lo llevaban a indagatoria.
10/01/2021
Lo cierto es que
Macri supo cifrar su gestión en una dramaturgia mediática y judicial, a través
del ejercicio continuo del espionaje. Por lo tanto, su ocaso –a partir de 2019–
coincidió con el desplome de tales imposturas al quedar a la intemperie el
affaire del agente polimorfo Marcelo D’Alessio.
Se trataba de una disfunción que ya en junio de ese año adquirió ribetes
internacionales a través del lapidario informe del relator especial de la ONU,
Joseph Cannataci, en cuyo dossier habló de “vigilancia ilegal masiva”. Aquella
definición estaba basada en un promedio de seis mil pinchaduras telefónicas
mensuales. Y sin soslayar la subordinación de la Corte Suprema (que ejercía la
administración de las intervenciones) hacia la AFI (su brazo ejecutor), entre
otros trastornos institucionales.
Tal reporte coincidió con otro escándalo en la materia: la denominada
“Operación Puf”, que consistió en la difusión mediática de escuchas ilegales a
los presos kirchneristas con la ilusión de pulverizar el expediente instruido
en Dolores por el juez federal Alejo Ramos Padilla.
Entre los efectos indeseados de esa puesta en escena se destacó el airado
descargo de los camaristas Irurzun y Javier Leal de Ibarra –en el nombre de la
DAJuDeCo (Dirección de Asistencia Judicial en Delitos Complejo y Crimen
Organizado), que depende nada menos que de la Corte Suprema–, al atribuir el
delito a la AFI. Pero no era el primer cortocircuito entre el máximo tribunal y
la central de espías, un chisporroteo que, por añadidura, también enlazó a la
Casa Rosada–. ¿Acaso se fue una desinteligencia inesperada?
En este punto conviene retroceder a fines de la primera década del siglo.
La telefonía del
mal
El edificio está en la Avenida de los Incas 1834. Es una construcción de siete
pisos con ladrillos a la vista y ventanales polarizados. Allí, entre el
invierno de 2008 y el otoño siguiente, solía acudir una vez por semana el espía
Ciro James para retirar las escuchas ilegales encargadas por el Gobierno de la
Ciudad. Era la sede de la Oficina de Observaciones Judiciales de la ex SIDE,
más conocida como la “OJota”. Ya se sabe que por ese asunto el ex comisario
Jorge “Fino” Palacios, el entonces ministro de Educación porteño, Mariano
Narodowsky, y el propio James habían quedado anclados en la antesala de un
juicio oral. Pero Macri, que encabezaba el lote de procesados, salió bien
librado del asunto: el 22 de diciembre de 2015 –a menos de dos semanas de
acceder al sillón de Rivadavia– fue bendecido por el juez federal Sebastián
Casanello con un muy oportuno sobreseimiento.
Medio año antes, el actual senador Oscar Parrilli –ya al mando de la flamante
AFI que sustituyó a la ex SIDE– había disuelto la Ojota. Y las pinchaduras
pasaron a la órbita de La Procuración General de la Nación. Un artero golpe
para dicho organismo de inteligencia, dado que la venta de escuchas era una de
sus cajas históricas, y su uso sin orden ni control judicial era otra de sus
fortalezas.
Desde luego, el hecho de que la jefa de los fiscales fuera Alejandra Gils Carbó
no mejoraba las cosas cuando Macri asumió. De modo que éste, en su ofensiva
contra ella, traspasó la potestad de las intervenciones telefónicas a la Corte
Suprema mediante un DNU, al mes de llegar a la primera magistratura. Así nació
el Departamento de Captación de Comunicaciones, cuyo cacique operativo, Juan
Rodríguez Ponte –un ex secretario del juez federal Ariel Lijo– pasó a comandar
un ejército de 250 fisgones de la AFI subordinados a dicha dependencia. Su sede
siguió siendo el edificio de Avenida de los Incas.
El primer signo visible de las travesuras cometidas desde tal catacumba fueron
las pinchaduras a los teléfonos de Parrilli y la filtración ilegal a medios
oficialistas de sus conversaciones con CFK.
Tales diálogos empezaron a ser televisados a partir de enero de 2017. Y una jauría de editorialistas, casi a coro, apuntaba un imperdonable cúmulo de actos inmorales y graves delitos de la ex mandataria: desde pronunciar malas palabras hasta urdir una conspiración contra el célebre espía Antonio Stiuso, además de presionar a jueces del fuero federal. Pero sin reparar en el auténtico delito en curso: la difusión de audios filtrados ilegalmente, algo muy mal visto por la Ley de Inteligencia.
Justamente este tema colateral dio pie a los primeros roces entre los más reputados pilares de la Nación.
La República
imperfecta
Bastó en aquel entonces que el fiscal Federico Delgado iniciara una causa (que
el juez federal Rodolfo Canicoba Corral dejó inconclusa) con el objetivo de
identificar al entregador de los audios, para encender un áspero intercambio de
acusaciones entre los jefes de la AFI –el inefable Arribas y Silvia Majdalani–
con los popes del Poder Judicial vinculados a la maniobra: Ricardo Lorenzetti,
en complicidad con la dupla Irurzun-Leal de Ibarra y Rodríguez Ponte.
Ese entredicho había salpicado al mismísimo Macri. Y el maquiavélico Lorenzetti
comprendió que, al recibir la potestad de las escuchas, en realidad sostenía
una brasa entre las manos.
Ya entonces saltó a la luz pública el modus operandi de la maniobra: la AFI
solicitaba en algún coto de Comodoro Py la aplicación de una pre-causa, palabra
que alude a un recurso pseudo-legal –e instrumentado únicamente en hechos muy
excepcionales– para colocar bajo el radar de sus fisgones a una persona sin
tener un delito concreto que probar. Los jueces no dudaban en aceptar con
beneplácito esa invitación a “salir de pesca”. Aquella dinámica era de manual:
la AFI registraba las comunicaciones telefónicas del sospechoso, la prensa
amiga difundía sus palabras y los fiscales lo llevaban a indagatoria. Ello se
cumplía a rajatabla con recurrencia. Pero la inesperada intromisión del fiscal
Delgado dejó el método al descubierto.
Lo notable es que desde aquel momento lo hicieran con la alevosía de quienes
saben que ese truco ya es un secreto a voces.
Entre las pre-causas relevadas por la Bicameral hay una particularmente estrambótica: la que tuvo en la mira a la modelo Florencia Cocucci, cuyo gran pecado fue haber tenido una relación con el fallecido fiscal Alberto Nisman.
Corría el invierno de 2016. Era necesario probar que el suicida había sido asesinado. Hubo entonces que presionar a esa mujer de 25 años para que su testimonio favoreciera tal falacia.
La solicitud de la AFI al juez federal Sebastián Ramos para iniciar esa pre-causa no tuvo desperdicio. Y se refería a la planificación de “un atentado terrorista a ejecutarse en España y Francia” por un grupo Yihadista (sic) que estaría integrado por personas de diferentes nacionalidades”. Agregaba que el plan fue denunciado a la policía española por “un individuo identificado como Carlos” y que “estaba implicada la ciudadana argentina Florencia Cocucci”.
Como parte del hostigamiento, recibía llamados telefónicos en las que voces anónimas le soltaban datos privados obtenidos en las escuchas: lo que había cenado anoche, que al día siguiente iría a una óptica y que el perro tenía un problema urinario, entre otros detalles. Tales informaciones se encontraban debidamente asentadas en los denominados “Legajos de investigación”.
La operatoria de las pre-causas no tenía límites. Incluso, envalentonados por dicha franquicia, los muchachos de la AFI –con el ahora procesado Alan Ruíz a la cabeza– no vacilaron en “alambrar” con micrófonos, a mediados de 2018, el pabellón de los presos kirchneristas en la cárcel de Ezeiza.
Ya se sabe que los frutos sonoros de aquel emprendimiento fueron la savia del “Operativo Puf” .
El actual diputado Eduardo Valdéz (FdT), que a raíz de esa maniobra fue en su momento situado en el eje del mal por sus llamadas telefónicas a ex funcionarios bajo arresto, lo explicó con elocuencia: “Son tan obvios que ante una causa que los incrimina por espionaje ilegal publicitado desde los medios de comunicación, responden con escuchas ilegales publicitadas desde los medios de comunicación”.
El diputado Valdéz ahora integra la Comisión Bicameral que fiscaliza a los organismos de inteligencia. Vueltas de la vida.
Fuente:telam.com.ar
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