Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión: En las entrañas de la bestia
Eran tiempos de guerra civil, sabotajes, complots, atentados, ejecuciones y fusilamientos diarios, y aquel desconocido que pedía ser arrestado encarnaba en sí mismo toda esa vorágine
Victor Serge (su apellido de nacimiento era Kibaltchiche) en su legajo
de la Cheka.
15/05/2020
En el tremendo Año Uno de la Revolución Rusa pasaban cosas como ésta:
una mañana de febrero de 1918, un hombre se presentó en la puerta del Soviet de
Petrogrado y dijo “Soy Malinovski, el traidor. Arréstenme”. Eran tiempos de
guerra civil, sabotajes, complots, atentados, ejecuciones y fusilamientos
diarios, y aquel desconocido que pedía ser arrestado encarnaba en sí mismo toda
esa vorágine: Rodino Malinovski había sido el hombre que transmitía en Rusia
las palabras desde el exilio de Lenin, el principal representante bolchevique
en la Duma (el Parlamento zarista), el militante de impecable trayectoria, de
la clandestinidad a la cárcel y del presidio a la conferencia bolchevique de
Praga en 1912, luego al Comité Central del Partido y de allía la Duma.
El pequeño detalle es que Malinovski era a la vez agente de la Ojrana,
la policía secreta zarista. La Ojrana llegó a tener cuarenta mil agentes en sus
filas, entre infiltrados, espías, soplones y vigilantes. Fue la colaboración en
las sombras de la Ojrana lo que permitió a Malinovski acceder a la Duma, como
reconocimiento por haberles entregado a Miliutin, a Noguin, a María Smidovich y
hasta al propio Stalin (es famosa su foto de frente y perfil en los archivos
carcelarios zaristas). Asombrosamente, los bolcheviques no sospechaban de él,
pero Malinovski aprovechó los humos de la guerra en Europa para esfumarse.
Capturado por los alemanes, recuperó su ardor revolucionario en el campo de
prisioneros y, en cuanto fue liberado, retornó a Rusia, pero no a sumarse a la Revolución
sino a que la Revolución lo juzgara. “He sufrido mi existencia dual. No
comprendí cabalmente, me dejé ganar por la ambición. Merezco ser fusilado. Pero
con la Revolución en mi corazón”, dijo en el estrado. El tribunal le concedió
su pedido: lo condenó a muerte. Esa misma noche, cuando era trasladado por los
pasillos, Malinovski recibió un balazo en la nuca. No por condenarlo a muerte
iban a darle el gusto de fusilarlo: lo mataron como mataban a los traidores.
El caso de Salomón Ryss es su contracara exacta: Ryss organizó, por
órdenes de la Ojrana, un grupo terrorista sumamente audaz. Tan literal fue en
el cumplimiento de sus órdenes que terminó realizando verdaderos atentados
antizaristas, que adjudicaba a otros grupos cuando informaba de ellos a la
Ojrana. La Ojrana llegó a organizar su evasión de la cárcel cuando Ryss cayó en
una redada, pero se les fue de las manos. Ryss fue finalmente capturado en el
sur de Rusia, cuando sus propios compañeros terroristas desconfiaban de él. La
Ojrana se les adelantó, lo entregó a la Justicia del Zar y Ryss fue juzgado y
condenado a muerte, al mismo tiempo que recibía in absentia el mismo veredicto
por un tribunal revolucionario. A diferencia de Malinovski, Ryss sí fue
fusilado: tuvo una muerte “digna”.
Víctor Serge descubrió estas historias cuando, en aquel frenético Año
Uno de la Revolución, se sumergió en los archivos de la Ojrana con orden de
“informar públicamente al pueblo soviético” sobre lo que hallara en las
entrañas de la bestia. Tres años más tarde, Serge publicó en el Boletín
Comunista un informe titulado “Lo que todo revolucionario debe saber sobre la
represión”. El Fondo de Cultura Económica acaba de reeditarlo, es cortito e
impresionante. Serge disecciona el método tela de araña de la Ojrana, cuenta
que cada uno de sus funcionarios redactaba un informe pormenorizado de cada uno
de sus casos, que se hacían imprimir en ediciones de únicamente dos ejemplares:
uno era para el zar, el otro quedaba en el Gabinete Negro, una sala secreta de
la Ojrana que contenía aquella biblioteca de ejemplares únicos. Tan únicos eran
aquellos informes que, en manos revolucionarias, anunciaba Serge al público
soviético en 1921, podrían servir para reconstruir la historia del movimiento
anarquista en Rusia, “algo extraordinariamente difícil, a causa de la
dispersión e insularidad de los grupos anarquistas y de las pérdidas inauditas
que sufrió el movimiento hasta su desintegración”.
Aún eran tiempos en que aquellos que habían dado su vida por la
Revolución eran héroes y el propio Serge era todavía apreciado por el régimen
bolchevique, a pesar de su pasado anarquista. Década y media después, acusado
de disolvente y contrarrevolucionario, sufriría cárcel y exilio en Siberia,
hasta que el clamor europeo por su liberación agotó a Stalin. Serge había
nacido en Bélgica, de padres rusos exiliados, y había militado y vivido en la
clandestinidad y sufrido cárcel en Francia, Holanda y Alemania, antes de llegar
a Rusia y ponerse a disposición de la Revolución. De todo eso, desde su niñez
proletaria en Bruselas hasta su caída en desgracia y sus solitarios años
finales en México, donde murió en 1947, habla Serge en sus Memorias de un
revolucionario, un libro emocionante, único.
En aquel largo informe publicado en 1921 en el Boletín Comunista,
Serge se refería a la Ojrana del Zar casi en los mismos términos en que
veinticinco años después, en sus Memorias, hablaría de la Cheka, la
policía secreta soviética creada por el implacable Félix Dzerzhinsky (con el
tiempo convertida en GPU, luego NKVD y finalmente KGB). Cuenta Norman Mailer
en El fantasma de Harlot, su libro sobre la CIA, su mejor libro, que los
primeros CIA boys estudiaban vida y obra de Dzerzhinsky (literalmente: era una
materia) en su curso de adiestramiento. Algo sugestivamente similar contaba
Víctor Serge sobre la Ojrana en su informe de 1921: decía que sus funcionarios
enseñaban y tomaban examen a sus agentes sobre teoría e historia
revolucionaria, antes de soltarlos en las calles. Por esa misma época, en las
cárceles zaristas siberianas, los guardianes decían que, de cada dos presos que
se fugaban, uno era un prisionero político y el otro un converso: en los
pabellones carcelarios, en las horas muertas de encierro, los veteranos
transmitían a los novatos lecciones sobre historia y praxis de la revolución,
casi con las mismas palabras que usaban los jefes de la Ojrana con sus agentes,
en los sótanos del edificio de Fontanka 16, Petrogrado.
En el final de su informe de 1921, Serge decía que la creación de la
Ojrana y su posterior crecimiento habían causado la caída del Zar. Veinticinco
años después, en el final de sus Memorias, decía que una de las causas
principales del fracaso de la revolución en Rusia fue la creación de la Cheka.
La Cheka fue, como la Ojrana, un Estado dentro del Estado, resguardado por el
secreto de guerra, un organismo enfermo que sirvió de modelo para los
organismos enfermos que vigilan nuestra vida hoy. Recordémoslo siempre, es bien
sencillo de recordar: la Cheka se basó en la Ojrana, y la CIA se basó en la
Cheka. Y recordemos, también que quien nos lo enseñó fue Víctor Serge, a quien
ningún país europeo quiso dar pasaporte cuando Stalin lo expulsó de Rusia en
1937, y por eso murió apátrida, y por eso sigue apátrida hasta el día de hoy:
porque nadie lo reclama como propio, a pesar de su singularidad, o por culpa de
ella.


No hay comentarios